Muchos hombres por despecho decían que estaba enamorada del diablo, estos comentarios se extendieron por toda las ciudad, se decía que hacía magia, artes adivinatorias y brujerías. Algunos afirmaban que de su casa salía olor a azufre.
Las malas lenguas decían que en las noches de luna la veían salir volando para ir a la fiesta que organizaban los hechiceros para adorar a Satanás.
Estos servicios eran gratuitos, y surgía la pregunta: ¿De dónde obtenía tanto dinero? Ya que realizaba obras de caridad, su casa era muy hermosa con muebles y adornos caros y joyas exquisitas.
Las demás mujeres la envidiaban porque siempre se veía joven, a pesar de los años; su fama corrió de Córdoba hasta México, que al llegar a los oídos de la Santa Inquisición, fueron por ella, y esposada de manos y pies con unas argollas fue encarcelada y puesta a disposición del Tribunal del Santo Oficio.
Tal fue la admiración de todos los habitantes, que salían de sus casas para verla; ella los miraba misteriosa, y éstos sentían estremecerse de temor.
Le confiscaron sus bienes; y como se hacía con las brujas y hechiceras la iban a quemar en la hoguera.
Dio inicio su proceso y después de algunos meses, presentaron las pruebas y testigos, se declaró culpable y fue sentenciada.
Publicada la sentencia, comenzaron los preparativos del acto de Fe, que se iba a ejecutar no sólo a la mulata sino a los herejes, a los bígamos y luteranos, también a una bruja, que mediante hechizos satánicos hizo traer de lejanas tierras a su amante en sólo dos días.
Eran muchas personas que se pensaba quemar por diferentes causas, entre ellas, a quienes tuvieron el atrevimiento de robarse un Cristo de cobre, y azotarlo hasta hacerlo sangrar.
Un día antes de la ejecución, pasó algo extraordinario que llenó de asombro a toda la población. ¡Cuál sería la sorpresa de la gente, al enterarse que la mulata de Córdoba había desaparecido de la cárcel!

La mulata recibió al carcelero con una sonrisa y le mostró un barco que ella había pintado en la pared, que sorprendía la perfección del trabajo.
La mulata dobló su falda dejando ver sus zapatos, adornados con tiritas de plata; le hizo una reverencia y saltó a la nave, desplegó sus velas: sopló un viento y se alejó, la embarcación se perdió de vista; y sólo se dejaba ver a lo lejos, la mano de la mulata haciendo un gracioso adiós. Dejando en el calabozo un olor de rosas frescas.
Editores Mexicanos Unidos.
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