viernes, 29 de julio de 2011

Breve historia del Ángel de la Independencia.


En 1943 fue Antonio López de Santa Anna quien, junto con la Academia de San Carlos —la escuela de pintura más famosa de nuestra historia— lanzaron la convocatoria que estipulaba los requisitos que hoy —más o menos— cumple nuestro monumento.



Según la moda arquitectónica imperante, debía ser una columna honoraria. Recordemos que la influencia clásica era el canon estético del momento.

Su altura debería ser de, mínimo, 42 metros.
El remate exigido era una Victoria. La diosa Nikté que antes había mencionado y que aparece en monumentos conmemorativos de todo el mundo occidental.

Una base o pedestal adornado por estatuas y bajorrelieves.
Rodeado todo por una reja y con monumentos menores que adornaran la plaza.
Los materiales de recubrimiento debían incluir mármol; las estatuas y adornos debían de ser de bronce.
El ganador de este certamen fue un arquitecto francés, Enrique Griffon, a quien se le entregó el premio en efectivo (300 pesos —de la época—), pero cuya obra nunca se realizó. Al caprichoso señor Santa Anna no le agradó el diseño elegido por los académicos de San Carlos, favoreciendo el proyecto de un mexicano, Lorenzo de Hidalga, que aunque había quedado en segundo lugar, resultó ser el proyecto a erigirse. Quizás el motivo de su elección fue que —nada lorenzo don Lorenzo— en la columna, en un bajorrelieve, aparecía ilustrada la batalla de Pueblo Viejo, en Tampico, lucha que el mismo Santa Anna dirigió.

Sin embargo, como diría mi abuela, el que da y quita, con el diablo se desquita. A pesar de que se colocó la primera piedra —¡cuánto nos gustan estos eventos de socialitè!—, por falta de fondos no se llegó a construir —¡cómo nos choca hacer presupuestos!—. Fue hasta el Segundo Imperio Mexicano (porque uno nunca es suficiente) que se retomó el proyecto y que ahora favoreció al arquitecto Ramón Rodríguez Arangoity. La mismísima emperatriz Carlota —dulzura de mujer, toda una palanqueta—volvió a colocar la primera piedra, pero la caída del imperio se interpuso y el proyecto volvió a quedar en el olvido. Sin embargo, durante la república restaurada —que, como la Biblioteca Vasconcelos, sigue en restauración— aunque no había fondos para ningún proyecto de esta especie, se decidió urbanizar el Paseo del Emperador, llamándolo “Paseo de Degollado” en honor a Santos Degollado, héroe de la Guerra de Reforma.

Y aquí entra ese personaje tan ambivalente, tan discutido y polémico. Don Porfirio Díaz, que, terriblemente influido y deslumbrado por el empuje arquitectónico francés —y la ciencia positivista en boga— decidió abrir desarrollos inmobiliarios de lujo en la zona. Sí, adivinaron, las colonias Tabacalera y Jurarez, que en aquél momento se llamó Americana (y de ahí que el nombre de sus calles sean de ciudades del gabacho). Además, sembró arboles e instaló mobiliario urbano, del cual aún conservamos algunas piezas. En 1886, este controvertido prócer volvió a convocar a concurso para un monumentos conmemorativo, retomando los requisitos de las convocatorias pasadas (para que vean que eso del pirateo de proyectos no lo inventó Marianita).

Se decidió que el monumento a construirse se asentaría en una de las glorietas del recién nombrado Paseo de la Reforma y que lo realizaría una misma firma estadounidense. Sin embargo —de nuevo, los presupuestos— de pospuso la construcción en 1887, siendo vendido al gobierno el proyecto y regresando a su casa la firma constructora de Washington, D.C. Es hasta 1900 que se nombra al arquitecto Antonio Rivas Mercado (sí, hay una calle de su nombre, de ahí la familiaridad) y que se comienza la construcción del monumento el 2 de enero de 1902, cuando don Porfirio pone la primera piedra. Rivas Mercado encarga el proyecto escultórico al italiano Enrique Alciati y la obra civil al Ingeniero Roberto Gayol. Sin embargo, ¡la venganza de Moctezuma! O bueno, no. Pero sí la desgracia.

En mayo de 1906, los trabajadores comenzaron a notar cierta inclinación en el monumento. Y sí, debido a la inestabilidad del suelo y la mala cimentación, el monumento se nos estaba yendo chueco (qué atinada metáfora de nuestra vida nacional). La base tuvo que ser demolida y se volvió a comenzar, hasta inaugurarlo el 16 de septiembre de 1910 en el culmen de las celebraciones del centenario. Así que ya pueden sacar conclusiones de cuándo estará lista nuestra Estela de Luz…

vivirmexico

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