lunes, 24 de septiembre de 2012

El afilador de historias



"Me dijeron que usted es de los más antiguos aquí'', es la frase para que Manuel Villaseñor, de 83 años, detenga el esmeril, se olvide de los cuchillos y suelte una cátedra


GUADALAJARA, JALISCO (23/SEP/2012).- Vino al mundo por culpa de Lázaro Cárdenas del Río, en lo que hoy es la oficina de administración del mercado San Juan de Dios, donde todavía se la vive. Vio nacer la cara actual ese edificio y a la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG). Vio morir al diseñador del mercado, Alejandro Zohn, y hoy asiste a la agonía de la FEG. Tuvo 10 hijos. Hace ejercicio todos los días, cuando se trepa a su bicicleta o con unas cadenas que puso en el techo de su cama. Ha sido ambulante, sindicalista, futbolista, réferi de boxeo olímpico, gestor y músico. Nació afilador de cuchillos y afilador de cuchillos se va a morir. Se llama Manuel Villaseñor y, con 83 años de vida, es un museo vivo de Guadalajara.

Tajante. Manuel Villaseñor (izquierda)
nació afilador de cuchillos y afilador de cuchillos se va a morir.

Un museo accesible a todos. Si en el mercado Libertad (San Juan de Dios) uno pregunta dónde están los locales 1,142, 1143 y 1144, quizá nadie responda. Si uno pregunta por Manuel Villaseñor, todos le van a indicar el camino de un pasillo en el surponiente del mundo que es ese edificio.

Ahí estará Manuel Villaseñor, con una camiseta de rockero, unos guaraches muy modernos de piel y las palabras en la punta de la lengua, nomás esperando que alguien les dé cuerda. La cuerda tiene una duración mínima de un par de horas. Se activa cuando cualquiera menciona: “Me dijeron que usted es de los más antiguos aquí”, la frase mágica para que el viejo detenga el esmeril, se olvide de los cuchillos y suelte una cátedra de la evolución que han tenido la política, la economía, el deporte, la música y el desarrollo urbano de Guadalajara desde 1950.

“Me las sé de todas, todas. He estado en la Universidad del Comercio Popular”, presume Manuel Villaseñor, antes de comenzar una lección, que siempre empieza por el principio.

“…Yo le estoy hablando de 1923 —durante la rebelión huertista—. Llegó Lázaro Cárdenas a tomar la plaza de Teocuitatlán de Corona, donde mi mamá, María Gudiño, era maestra. Ahí se agarraron a tiros el general Rafael Buelna y Lázaro Cárdenas, y le pegaron a Cárdenas. Luego luego, como quién, lo llevaron con mi mamá, que tenía una miscelánea. Ahí lo tuvieron toda la noche y a las cinco de la mañana lo sacaron en un guayín a la estación de Zacoalco de Torres. Para no alargar la historia, un día vino un destacamento a darle las gracias a mi mamá. El capitán del destacamento se hizo novio a mi mamá y aquí estoy yo. Nací, aquí en Guadalajara, en 1930, en la calle José María Mercado 140, a una cuadra de lo que era el mercado Rojo, porque era de tepetate. Luego tumbaron esa manzana y construyeron el Libertad”.

Política a la vieja usanza: como Manuel Villaseñor alebrestó a la gente que ocupaba las vecindades donde hoy está el San Juan de Dios, en la negociación consiguió un terreno en la colonia Belisario Domínguez y un local en el mercado. “De algo tienen qué vivir los luchadores sociales”, justifica él sin remordimientos.

Desde antes, Manuel combinaba su sino político y el oficio de los cuchillos, heredado por su bisabuelo, con otras actividades. Todas las que uno se pueda imaginar.

De políticos, músicos y locos…

Que a mediados de los cuarenta tocaba el contrabajo en un trío de boleros llamado Los Monarcas, que tras su salida se transformó en el famoso Los Trevi; que sentado en la banca del equipo de futbol Atlas vio el penal con el cual el “Tico”, Edwin Cubero llevó a la formación a su único campeonato en la historia, en 1951; que en los años setenta fue el delegado de Jalisco, durante los juegos deportivos juveniles que se celebraron en el Distrito Federal y cultivaron grandes éxitos; que un decenio después promovió el tercer piso del mercado San Juan de Dios, para acomodar a los fayuqueros que se habían plantado afuera del mercado y le quitaban clientes a los comerciantes establecidos, que mientras todo ocurría conservó su plaza, durante 30 años, en la oficina de Fomento Deportivo del Ayuntamiento de Guadalajara y se hacía padre de familia una y otra y otra y otra y otra vez…

—¿Cómo se llaman sus hijos? —le pregunto a Manuel Villaseñor, que en la última hora ha recitado nombres de políticos, guaruras, futbolistas, calles, boxeadores y organizaciones obreras. El afilador hace un esfuerzo de concentración y luego lo abandona: “Ay Dios, es un montón de gente…. son cinco mujeres y cinco hombres… Mire: el mayor es Ricardo, y ya trae su credencial del Insen”.

Inmediatamente, el octogenario regresa sobre sí una y otra y otra vez. Y todas las veces él es el héroe que se movió a la hora la de foto. ¿Y qué?

“A mí se me facilita mucho el ambiente social y político porque tengo contacto con todos. Aquí vienen los peluqueros a afilar sus tijeras, vienen las que trabajan en la industria del vestido, vienen los del campo a afilar sus machetes. Yo tengo las relaciones y cuando cuando voy a los municipios a echar grilla, me sale bien, porque me conocen como el afilador, no como el político.

—¿Y los del crimen organizado también afilan aquí sus cuchillos?

—Mire, no traen letrero, pero en la cara se les echa de ver. Luego luego se ve que tienen cara de jefe de relaciones públicas.

Y la charla sigue y, de ser por Manuel Villaseñor, seguiría varios días. Su ego está siempre recién afilado. “Tengo un nieto que se llama igual que yo y siguió mi oficio, pero él usa el láser. Uno sigue con el esmeril y el mollejón, que también tienen una historia política muy turbia. ¿Se acuerda usted de la familia Salinas?”…

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